JUEVES SANTO
DE LA CENA DEL SEÑOR
Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger
OFICIO DE LA NOCHE
CARÁCTER DEL OFICIO
El oficio de Maitines y Laudes de los tres últimos días de la Semana Santa difiere en muchas cosas del de los demás días del año. La Iglesia suspende las aclamaciones de alegría y esperanza con que suele comenzar la alabanza divina. Ya no se oye resonar en el templo el Domine labia mea aperies. Señor abre mi boca para que te alabe; ni Deus in adiutorium meum intende. Señor, apresúrate a socorrerme; ni Gloria Patri al fin de los salmos, de los cánticos y de los responsorios. Los oficios no conservan sino lo que les es esencial en la forma y se han suprimido todas estas aspiraciones vivas que se habían añadido al sucederse de los siglos.
El oficio de Maitines y Laudes de los tres últimos días de la Semana Santa difiere en muchas cosas del de los demás días del año. La Iglesia suspende las aclamaciones de alegría y esperanza con que suele comenzar la alabanza divina. Ya no se oye resonar en el templo el Domine labia mea aperies. Señor abre mi boca para que te alabe; ni Deus in adiutorium meum intende. Señor, apresúrate a socorrerme; ni Gloria Patri al fin de los salmos, de los cánticos y de los responsorios. Los oficios no conservan sino lo que les es esencial en la forma y se han suprimido todas estas aspiraciones vivas que se habían añadido al sucederse de los siglos.
EL NOMBRE
Dase vulgarmente el nombre de Tinieblas a los Maitines y Lardes de estos tres últimos días de la Semana Santa, porque se los celebra muy de mañana, antes de salir el sol.
EL CANDELABRO
Un rito imponente y misterioso, propio únicamente de estos oficios confirma también este nombre. Se coloca en el presbiterio, cerca del altar, un gran candelabro triangular sobre el cual se hallan quince velas. Estas velas, así como las seis del altar, son de cera amarilla como en el oficio de difuntos. Al fin de cada uno de los salmos o cánticos se va apagando una vela del gran candelabro; sólo queda encendida la que se halla en la extremidad del triángulo. Igualmente se apagan mientras el Benedictus las velas del altar. Entonces toma un acólito la vela que quedó encendida en el candelabro y la tiene apoyada sobre el altar mientras el coro canta la Antífona que le sigue. Luego esconde la vela (sin apagarla) detrás del altar. La mantiene así, oculta a las miradas, durante la recitación de la oración final que sigue al Benedictus. Acabada esta oración, ya no se hace como antiguamente se hacía al terminar este oficio.
Un rito imponente y misterioso, propio únicamente de estos oficios confirma también este nombre. Se coloca en el presbiterio, cerca del altar, un gran candelabro triangular sobre el cual se hallan quince velas. Estas velas, así como las seis del altar, son de cera amarilla como en el oficio de difuntos. Al fin de cada uno de los salmos o cánticos se va apagando una vela del gran candelabro; sólo queda encendida la que se halla en la extremidad del triángulo. Igualmente se apagan mientras el Benedictus las velas del altar. Entonces toma un acólito la vela que quedó encendida en el candelabro y la tiene apoyada sobre el altar mientras el coro canta la Antífona que le sigue. Luego esconde la vela (sin apagarla) detrás del altar. La mantiene así, oculta a las miradas, durante la recitación de la oración final que sigue al Benedictus. Acabada esta oración, ya no se hace como antiguamente se hacía al terminar este oficio.
EL SIMBOLISMO DE LOS RITOS
Expliquemos ahora el sentido de las diversas ceremonias. Nos hallamos en los días, en que la gloria del Hijo de Dios es eclipsada ante las ignominias de la Pasión. "Era la luz del mundo", poderoso en obras y palabras, vitoreado poco ha por las aclamaciones de la muchedumbre, pero vedle hoy despojado de toda grandeza, el hombre de dolores, un leproso, como dice Isaías. "Un gusano de la tierra y no un hombre", dice el Rey Profeta; "causa de escándalo para sus discípulos", dice el mismo Jesús. Todos le abandonan: Pedro incluso llega a negar que le ha conocido. Este abandono, esta defección casi general se halla figurada por la extinción sucesiva de las velas del candelabro triangular y de las del altar.
Expliquemos ahora el sentido de las diversas ceremonias. Nos hallamos en los días, en que la gloria del Hijo de Dios es eclipsada ante las ignominias de la Pasión. "Era la luz del mundo", poderoso en obras y palabras, vitoreado poco ha por las aclamaciones de la muchedumbre, pero vedle hoy despojado de toda grandeza, el hombre de dolores, un leproso, como dice Isaías. "Un gusano de la tierra y no un hombre", dice el Rey Profeta; "causa de escándalo para sus discípulos", dice el mismo Jesús. Todos le abandonan: Pedro incluso llega a negar que le ha conocido. Este abandono, esta defección casi general se halla figurada por la extinción sucesiva de las velas del candelabro triangular y de las del altar.
Sin embargo de eso, la luz desconocida de Cristo no se apaga. Se coloca un momento la candela sobre el altar. Está allí como Cristo en el Calvario donde padece y muere. Para significar la sepultura de Jesús, se coloca la candela detrás del altar; su luz no aparece más. Entonces un ruido confuso se deja oír en el santuario. Este ruido expresa las convulsiones de la naturaleza en el momento en que al expirar Jesucristo en la Cruz, tembló la tierra, se resquebrajaron las rocas y se abrieron los sepulcros. Pero de repente aparece de nuevo la candela sin haber perdido nada de su luz; el ruido cesa y todos adoran al glorioso vencedor de la muerte.
LAS LAMENTACIONES DE JEREMÍAS SOBRE JERUSALÉN
Todas las lecciones del primer nocturno de estos tres días están sacadas de las Lamentaciones de Jeremías. En ellas se nos manifiesta el espectáculo desolador, que ofrece la ciudad de Jerusalén, cuando sus habitantes fueron conducidos cautivos a Babilonia, en castigo de su idolatría. La cólera de Dios se manifiesta en estas ruinas, que Jeremías deplora con palabras tan verdaderas y terribles. Con todo eso este desastre no es sino figura de otro más espantoso. Jerusalén tomada y asolada por los Asirlos guarda por lo menos el nombre; y el Profeta, que se lamenta ante sus muros anuncia que esta desolación no durará más de setenta años, pero en su segunda ruina, la ciudad infiel pierde hasta su nombre. Reconstruida por sus vencedores, lleva durante más de dos siglos el nombre de Aelia Capitalina; y si con la paz de la Iglesia, se la llamó otra vez Jerusalén, esto no era un homenaje a Judá, sino un recuerdo del Dios del Evangelio que Judá había crucificado en esta ciudad. Ni la piedad de Santa Elena y de Constantino, ni los valientes esfuerzos de los cruzados, no han podido conservar en Jerusalén de un modo permanente ni la sombra de una ciudad secundaria. Su suerte es la de permanecer esclava y esclava de los infieles hasta el fin del mundo. En estos días precisamente se atrajo sobre sí la maldición: he aquí por qué la Iglesia, para hacernos comprender la grandeza del crimen cometido, hace resonar en nuestros oídos los llantos del Profeta que es el único que pudo igualar con sus lamentaciones a los dolores. Esta emocionante elegía se canta de un modo muy simple que se remonta a una gran antigüedad. Los nombres de las letras del alfabeto hebreo, que dividen cada una de las estrofas, indican la forma acróstica que contiene este poema en el original. Se cantan estas lamentaciones porque los mismos judíos las cantaban.
Todas las lecciones del primer nocturno de estos tres días están sacadas de las Lamentaciones de Jeremías. En ellas se nos manifiesta el espectáculo desolador, que ofrece la ciudad de Jerusalén, cuando sus habitantes fueron conducidos cautivos a Babilonia, en castigo de su idolatría. La cólera de Dios se manifiesta en estas ruinas, que Jeremías deplora con palabras tan verdaderas y terribles. Con todo eso este desastre no es sino figura de otro más espantoso. Jerusalén tomada y asolada por los Asirlos guarda por lo menos el nombre; y el Profeta, que se lamenta ante sus muros anuncia que esta desolación no durará más de setenta años, pero en su segunda ruina, la ciudad infiel pierde hasta su nombre. Reconstruida por sus vencedores, lleva durante más de dos siglos el nombre de Aelia Capitalina; y si con la paz de la Iglesia, se la llamó otra vez Jerusalén, esto no era un homenaje a Judá, sino un recuerdo del Dios del Evangelio que Judá había crucificado en esta ciudad. Ni la piedad de Santa Elena y de Constantino, ni los valientes esfuerzos de los cruzados, no han podido conservar en Jerusalén de un modo permanente ni la sombra de una ciudad secundaria. Su suerte es la de permanecer esclava y esclava de los infieles hasta el fin del mundo. En estos días precisamente se atrajo sobre sí la maldición: he aquí por qué la Iglesia, para hacernos comprender la grandeza del crimen cometido, hace resonar en nuestros oídos los llantos del Profeta que es el único que pudo igualar con sus lamentaciones a los dolores. Esta emocionante elegía se canta de un modo muy simple que se remonta a una gran antigüedad. Los nombres de las letras del alfabeto hebreo, que dividen cada una de las estrofas, indican la forma acróstica que contiene este poema en el original. Se cantan estas lamentaciones porque los mismos judíos las cantaban.
OFICIO DE LA MAÑANA
LA PREPARACIÓN DE LA PASCUA
Este día es el primero de los ácimos. A la puesta del sol los judíos tienen que comer la Pascua en Jerusalén. Jesús aun está en Betania, pero entrará en la ciudad antes de comenzar la cena pascual; así lo manda la Ley; y Jesús quiere observarla escrupulosamente hasta que la abrogue con la efusión de su sangre. Por lo cual envía a Jerusalén a dos de sus discípulos para que preparen el convite legal, sin darles a conocer de qué modo concluirá. Nosotros que conocemos ya este misterio cuya institución se remonta a esta última j cena, comprendemos bien por qué escogió Jesús con preferencia, en esta ocasión, a Pedro y Juan para que cumpliesen sus intenciones. Pedro aquel fué el primero en confesar la divinidad de Cristo, representa la fe; y Juan que inclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús, representa el amor. ¡ El misterio que se va a promulgar en la cena de; esta tarde, se revela el amor por la fe; tal es la; enseñanza que nos da Jesucristo al escoger a es tos dos apóstoles; pero éstos no podían penetrar j las intenciones del corazón de su divino Maestro.
Este día es el primero de los ácimos. A la puesta del sol los judíos tienen que comer la Pascua en Jerusalén. Jesús aun está en Betania, pero entrará en la ciudad antes de comenzar la cena pascual; así lo manda la Ley; y Jesús quiere observarla escrupulosamente hasta que la abrogue con la efusión de su sangre. Por lo cual envía a Jerusalén a dos de sus discípulos para que preparen el convite legal, sin darles a conocer de qué modo concluirá. Nosotros que conocemos ya este misterio cuya institución se remonta a esta última j cena, comprendemos bien por qué escogió Jesús con preferencia, en esta ocasión, a Pedro y Juan para que cumpliesen sus intenciones. Pedro aquel fué el primero en confesar la divinidad de Cristo, representa la fe; y Juan que inclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús, representa el amor. ¡ El misterio que se va a promulgar en la cena de; esta tarde, se revela el amor por la fe; tal es la; enseñanza que nos da Jesucristo al escoger a es tos dos apóstoles; pero éstos no podían penetrar j las intenciones del corazón de su divino Maestro.